Olvidado el pasado, y los agravios echados al cesto de la basura
Prosa Aprisa/Por Arturo Reyes Isidoro.
Vivir para contarla, como el título de los relatos autobiográficos de Gabriel García Márquez, que en su epígrafe dice: “La vida no es la que uno vivió,/ sino la que recuerda y/ cómo la recuerda para contarla”.
La noche del pasado 15 de septiembre, ahora sí ya con todo el poder avasallador, como lo tuvo el PRI cuando los perseguía, estuvo en el balcón del palacio de gobierno el ahora senador Manuel Huerta, viendo al pueblo desde arriba (qué bonito es ver llover y no mojarse). Acompañó a los gobernadores Cuitláhuac García, saliente, y Rocío Nahle, entrante.
Lejos están los días en que aquellos grupos de muchachos de izquierda, trabajadores de la UV y estudiantes de Humanidades, salían a marchar por las calles de Xalapa y luego se detenían frente al palacio para gritarles a los que estaban en el poder, en las oficinas, arriba, o en los balcones: “¡Estos son, estos son, los que irán al paredón!”, mientras que hostigaban también a los reporteros por los medios en los que trabajaban.
Recuerdo muy bien aquella mañana soleada de 1994 cuando todos ellos acompañaron al entonces candidato presidencial del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, en su mitin en la Plaza Lerdo, con una gran asistencia.
Gobernaba el estado entonces Patricio Chirinos Calero, quien tenía a un operador más que efectivo como secretario general de Gobierno, Miguel Ángel Yunes Linares, con tanto poder para hacer y deshacer como lo tuvo recientemente Eric Cisneros.
Era yo reportero del semanario Punto y Aparte, de ese gran periodista que fue Froylán Flores Cancela, un gran amigo de Yunes, quien lo respetaba por quien era. Tenía yo, pues, el privilegio de poder entrar y salir al y del palacio de gobierno.
Había reclamos al gobierno de Chirinos y había trascendido que los cardenistas de aquel entonces iban a intentar entrar por la fuerza al palacio con la intención de llegar al despacho del gobernador.
Yunes se aplicó entonces. Ordenó que cerraran la puerta de la entrada principal, que le pusieran una cadena con un candado, pero que no lo cerraran para que los perredistas lo pudieran quitar junto con la cadena y pudieran entrar.
Y adentro, en el patio principal ubicó todo un ejército de policías vestidos de civil, con trancas de madera (como las que hoy utiliza la delincuencia organizada), para madrearlos cuando entraran, y, además, eso supo aquel reportero que ahora narra, prepararon un burro porque pensaban bañar de miel y llenar de plumas a Cuauhtémoc, montarlo en él y así sacarlo de Xalapa rumbo a Banderilla.
O les dieron el pitazo, o se las olieron, pero al final, cuando terminó el mitin, los cardenistas se dispersaron y se fueron. Los actores de entonces del gobierno que iban a operar todo, todavía viven, para contarla.
Eran el mismo Cuauhtémoc y el mismo Yunes que le envió unos travesti, que actuaban en un antro del callejón del Diamante, en Xalapa, vestidos de mujer, al Café de la Parroquia del puerto de Veracruz –el único y principal entonces–, para que se le acercaran y lo besaran mientras ya tenía preparado un fotógrafo para captar todo y exhibir al hijo de don Lázaro Cárdenas.
Y la historia ha dado un gran vuelco
Treinta años después, el pasado 10 de septiembre, la historia dio un gran vuelco, cuando el hijo de Miguel, el senador Miguel Ángel Yunes Márquez, votó a favor de la reforma al Poder Judicial, con lo que la familia Yunes Linares-Márquez se echó prácticamente en brazos de Morena, de los sucesores de aquellos a los que el papá persiguió desde el gobierno del estado.
Todavía más sorprendente, quién lo iba a imaginar, el viernes 13 de septiembre, ya con Yunes Márquez “del lado correcto de la historia”, azul por fuera guinda por dentro, se vio a Manuel Huerta saludándolo en su escaño del Senado, platicando con él, palmeándolo en la espalda como grandes cuates, olvidado el pasado, echado los agravios históricos al cesto de la basura.
¿Acaso lo felicitó por su voto y lo convenció para que al día siguiente, el sábado 14, cuando se validó la reforma, Chiquiyunes se sentara no el área de los escaños del PAN sino de Morena, justo atrás del coordinador parlamentario morenista, Adán Augusto López Hernández?
Unos y otros dirán lo que quieran, dicen hoy lo que quieren tratando de justificarse, pero son más de lo mismo, son iguales, el poder los iguala, ya no hay derecha e izquierda, solo intereses, conveniencias. ¡Ay! de los electores que les creen a unos y a otros, que votan por ellos, que toman partido, que se enemistan a veces de por vida, incluso que ponen en riesgo su seguridad, como Arturo Castagné Couturier, mientras que los otros terminan en abrazos. ¡Ay!
Y Manuel Huerta dice que su deber es “parlar” con todos
Mientras que Rocío Nahle se opone terminantemente a admitir en Morena a los Yunes (ya lo había dicho dos veces en declaraciones radiofónicas, pero algo seguramente supo que el sábado de plano lo repitió en un mensaje en las redes sociales), el senador Manuel Huerta no dice ni sí ni no, pero implícitamente parece no poner objeción alguna.
El domingo opinó que su partido “debió de guardarse el derecho de admisión ya, en algunos casos, pero nunca es tarde para enmendar” y que “ojalá que todo lo que venga por delante estemos más cuidadosos”.
O sea, ¿en algunos casos, no se guardó el derecho de admisión (como implícitamente el de Yunes Márquez, al votar a favor de la reforma y vestirse de guinda), pero en adelante hay que corregir, porque lo hecho, hecho está?
En entrevista, Manuel dijo que su deber es “parlar” con todos sus homólogos, lo cual no está mal en un político, que debe privilegiar el diálogo, aunque fue muy criticado en las redes sociales porque pudiendo dialogar con el resto de los 128 senadores, lo hizo precisamente con quien hasta días antes representaba su más feroz oposición, al grado que el 22 de mayo de 2017, en un mitin en apoyo a la candidata a alcaldesa de Xalapa, Ana Miriam Ferráez, del PAN entonces (otra igual que ellos), proclamó: “A mí me da mucha risa que de repente decían que Xalapa estaba perdida, que Xalapa ya era de Morena, que en Xalapa iba a ganar el Peje (…) Hace unos días vino ese viejo guango que le dicen el Pejelagarto y pudo tener apenas como 200 personas en la Plaza Lerdo, nadie le hizo caso… a ese viejo mentiroso”.
Siete años después, Yunes Márquez reparó aquel agravio, y de qué forma, traicionando a los electores que confiaron en él, a miles, acaso millones de mexicanos que le pidieron que no votara a favor de la reforma judicial, a su partido y a su propia palabra, porque él mismo, en un video, dijo que votaría en contra, y acaso todo eso llevó a Manuel Huerta a perdonarlo porque, qué caray, bien dice el clásico que el fin justifica los medios.
Sea por Dios y venga más, recordaba siempre el director del Diario de Xalapa, Rubén Pabello Acosta, que así decía su abuela.