AMLO se hace de la vista gorda en Cuba
Prosa Aprisa/Por Arturo Reyes Isidoro.
En su discurso de ayer domingo ante el presidente (dictador) cubano Miguel Díaz-Canel, el presidente Andrés Manuel López Obrador se hizo de la vista gorda e ignoró los actos represivos del gobierno de la isla contra 128 personas a las que encarceló e impuso penas que van desde los 6 hasta los 30 años de prisión por el único delito de haber participado en protestas antigubernamentales en julio de 2021.
Es imposible no cuestionar su apoyo incondicional al gobierno represivo cubano, más cuando nos hace recordar que en Veracruz más de mil personas también fueron encarceladas con el pretexto de que cometieron el delito de ultrajes a la autoridad, pero que en realidad una buena parte eran opositores políticos que estorbaban al gobierno y cuya libertad han dificultado pese a que la Suprema Corte de Justicia de la Nación derogó dicho delito.
De visita en Cuba desde el sábado, cuando llegó, AMLO rechazó de nuevo el bloqueo económico a la isla, impuesto en forma total por el presidente John F. Kennedy en febrero de 1962, que le sirve a Díaz-Canel de pretexto para reprimir a su pueblo, pero no abogó ante su homólogo para interceder por la libertad de los detenidos.
En julio del año pasado el descontento general en la isla explotó y ocurrieron entonces inéditas y masivas protestas en varias ciudades exigiendo comida y medicinas, pero también “libertad” y el “fin de la dictadura”, protestas que llamaron la atención en el mundo entero. A consecuencia de ello, el 16 de marzo pasado un tribunal cubano dictó las sentencias mencionadas líneas anteriores.
AMLO dijo cosas ciertas del pueblo cubano, como considerar una “hazaña y persistencia” que los cubanos hayan podido sortear los efectos de las restricciones, pero no mencionó, para nada, que han podido aguantar tantos años de dictadura y represión, sin gozar de libertades.
Expresó que a solo 100 kilómetros de Estados Unidos existe una “isla habitada por un pueblo sencillo y humilde pero alegre, creativo y sobre todo digno, muy digno”, lo cual es cierto, pero también debió agregar que sufrido y aguantador, muy sufrido y muy aguantador.
Se contradijo. Sostuvo a título personal que nunca ha apostado, apuesta ni apostará al fracaso de la Revolución cubana, para luego mencionar que prefiere mantener la esperanza de que la Revolución renazca en la Revolución. Cuando habló de un renacimiento es porque fracasó rotundamente.
“Terminó la revolución”
Porque cobra actualidad, retomo partes de la columna que publiqué el 26 de febrero de 2019 con el encabezado “Marxismo trasnochado, en Xalapa”. Transcribo:
El pasado 17 de febrero, con el encabezado: “Cuba: agonía de una revolución”, el periodista y escritor chileno Patricio Fernández publicó un artículo en el diario El País en el que analiza la situación actual en la isla y que resume el subtítulo del texto: “En la isla hubo un intento, una esperanza y una pretensión que no deben olvidarse. Pero el sueño que encarnó la llegada de Fidel Castro al poder hace 60 años agoniza sin remedio”.
El autor del libro Cuba. Viaje al fin de la revolución narra una anécdota: meses atrás fue al pub (bar) Mio & Tuyo en la zona de Miramar donde “los únicos negros que hay adentro son los guardias de seguridad: tipos grandes y macizos como los que custodian las discotecas neoyorquinas o parisienses” y cuando quiso llegar al área donde se encontraban las mujeres más admirables, “uno de esos porteros me detuvo poniéndome su brazo en mi hombro: ‘De aquí para allá es vip’, me dijo. ‘Para pasar debes comprar una botella de whisky Chivas Regal o ser socio del club’, agregó. Y yo pensé: terminó la revolución”.
Su testimonio es que de la fe en la revolución “quedan, cuando mucho, discursos vacíos, promesas y consignas que de tanto repetirse, sin nunca realizarse, han perdido su sentido” y que: “Para quienes… creyeron que otro mundo era posible y que la fraternidad podía imponerse al egoísmo, constatar que sus deseos abonaron la intolerancia, el abuso y la pobreza duele y quita el habla. Ha de ser por eso que hoy la izquierda honesta está muda”.
“El proceso de degradación no es nuevo, pero ahora se encuentra en una etapa terminal. Nadie habla de socialismo… A estas alturas es un régimen político en el que nadie cree. Lo mató el orgullo, el autoritarismo, la burocracia. El iluminismo, la arrogancia, el control. Quiso ser el mundo nuevo y devino un mundo viejo. Desde hace tiempo su objetivo no es la justicia, sino la supervivencia”.
El calvario de los cubanos, narrado por un periodista… cubano
Continúo con el texto de mi columna de 2019:
La visión de Patricio Fernández complementa la del periodista cubano Carlos Manuel Álvarez Rodríguez, de quien me ocupé en una columna el 18 de enero de 2018 que titulé: “Hipólito recibe refuerzos de Cuba”. Cito los dos primeros párrafos de entonces:
“Primero con verdadero interés y una mezcla de curiosidad, luego con sorpresa, a continuación con horror hasta terminar totalmente deprimido, como pocas veces algo me ha deprimido, leí el año pasado el libro La tribu. Retratos de Cuba de Carlos Manuel Álvarez Rodríguez, un joven periodista y escritor o escritor y periodista, lógicamente, cubano.
De alguna forma él me vino a acabar de despejar la duda que me había quedado cuando un año atrás había leído el juicio severo, severísimo, de Leonardo Padura, hoy por hoy el mejor escritor cubano contemporáneo, sobre el régimen de Fidel Castro en su libro que lo proyectó mundialmente, una obra célebre ya El hombre que amaba a los perros. ¿No se equivocaba Padura?, me preguntaba yo por la descarnada realidad con la que nos pintaba una Cuba hasta entonces para mí totalmente desconocida”.
Comenté que La tribu. Retratos de Cuba me había dejado frío pues supe del calvario de los cubanos que salían y salen de la isla, de las generaciones de cubanos que desperdiciaron su vida por culpa del gobierno de Castro que pretendía “un hombre nuevo”, de la miseria en la que terminan bailarinas como una del Tropicana que narra y que ahora vive en un vertedero de basura”.
Así termine la columna del 26 de febrero de 2019:
El testimonio de Padura
En su novela El hombre que amaba a los perros, en la que Leonardo Padura reconstruye las trayectorias de León Trotski y de su asesino Ramón Mercader, convertido en el alter ego del narrador de la historia, en el capítulo 28 el escritor hace una digresión para dejar su desgarrador testimonio, del que entresaco algunos párrafos:
“… a estas alturas no creo que haya mucha gente que se atreva a negarme que la historia y la vida se ensañaron alevosamente con nosotros, con mi generación, y, sobre todo, con nuestros sueños y voluntades individuales, sometidas por los arreos de las decisiones inapelables. Las promesas que nos habían alimentado en nuestra juventud y nos llenaron de fe, romanticismo participativo y espíritu de sacrificio, se hicieron agua y sal mientras nos asediaban la pobreza, el cansancio, la confusión, las decepciones, los fracasos, las fugas y los desgarramientos”.
“No exagero si digo que hemos atravesado casi todas las etapas posibles de la pobreza”.
“A ese punto en el que enloquecen las brújulas de la vida y se extravían todas las expectativas fueron a dar nuestros sacrificios, obediencias, dobleces, creencias ciegas, consignas olvidadas, ateísmos y cinismos más o menos conscientes, más o menos inducidos y, sobre todo, nuestras maltrechas esperanzas de futuro”.
“Supe entonces que para muchos de mi generación no iba a ser posible salir indemnes de aquel salto mortal sin malla de resguardo; éramos la generación de los crédulos, la de los que románticamente aceptamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro, la de los que cortaron caña convencidos de que debíamos cortarla (y, por supuesto, sin cobrar por aquel trabajo infame); la de los que fueron a la guerra en los confines del mundo porque así lo reclamaba el internacionalismo proletario…”.
“Ahora, a duras penas, conseguíamos entender cómo y por qué toda aquella perfección se había desmerengado cuando se movieron solo dos de los ladrillos de la fortaleza: un mínimo acceso a la información y una leve pero decisiva pérdida del miedo (siempre el dichoso miedo, siempre, siempre, siempre) con el que se había condensado aquella estructura. Dos ladrillos y se vino abajo: el gigante tenía los pies de barro y solo se había sostenido gracias al terror y la mentira…”.